Alejandro Matty Ortega
A lo largo de la historia, los pueblos han migrado buscando sobrevivir.
El exilio no es capricho:
Es la necesidad de huir del hambre, de la violencia, de la muerte; sin embargo, en pleno Siglo XXI, ese drama humano es criminalizado de forma sistemática por gobiernos que olvidan, o que ignoran deliberadamente, los principios más básicos de la dignidad.
Las recientes cifras divulgadas por medios y organizaciones de derechos civiles en Estados Unidos, que reportan más de 59 mil detenciones de migrantes por parte del ICE en redadas masivas, no son números, son rostros, son familias fracturadas, son niños que lloran por sus padres, mujeres encerradas en Centros de Detención sin acceso a servicios básicos.
Son hombres que sólo pedían una oportunidad para trabajar y vivir en paz.
El gobierno de Donald Trump ha convertido la política migratoria en un campo de batalla ideológico donde la empatía es sustituida por el discurso del odio.
Las redadas no distinguen entre quienes tienen décadas viviendo en ese país y quienes acaban de cruzar la frontera; todos son tratados como criminales, como amenazas, como enemigos.
Esta narrativa, profundamente deshumanizante, alimenta la maquinaria de deportaciones y el racismo institucional y social.
¿Qué clase de democracia permite que se irrumpa en hogares, separe a niños de sus padres y se prive de libertad a personas cuyo único “delito” ha sido buscar una vida mejor?
Estados Unidos, ese mismo país que se autoproclama defensor de los Derechos Humanos en el mundo, ha fallado a su propio pueblo y a la comunidad internacional.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos establece con claridad que toda persona tiene derecho a buscar asilo y a ser tratada con dignidad, sin importar su nacionalidad, origen étnico o situación migratoria.
Hoy, más que nunca, es urgente alzar la voz por quienes no pueden hacerlo desde un centro de detención, por quienes han sido expulsados sin juicio justo y por quienes viven con miedo constante de ser capturados en una redada.
La migración no es un crimen.
Es un fenómeno social, humano y universal.
Criminalizarla no solo es injusto: es inhumano.
Mientras existan 59 mil historias interrumpidas por la persecución y el prejuicio, el silencio no puede ser una opción.
Al tiempo.
El autor con más de 30 años de experiencia, es periodista en Derechos Humanos, Migración y Medioambiente.
Director de AM Diario, colaborador en medios de Sonora como Dossier Político, Pajarito News, de Arizona como Irreverente Noticias y Ciudad de México como Esfera Noticias.